El verano transforma los días. Cambia el ritmo, los horarios, los cuerpos. La vida parece ralentizarse, la luz lo invade todo y, poco a poco, lo cotidiano se adapta a otra temperatura. Para las personas mayores, esta transformación no solo es ambiental: es también corporal, emocional y relacional.
En Uniges-3 sabemos que cuidar en verano va más allá de aplicar medidas preventivas. Es un ejercicio de adaptación, escucha y empatía. Porque cuando las temperaturas suben, también lo hacen las necesidades. Y a veces, lo que realmente necesita una persona mayor no es otro vaso de agua, sino alguien que entienda el cansancio, la desorientación o la tristeza que puede traer el calor.
El calor no afecta igual a todas las personas
Las personas mayores, especialmente aquellas con enfermedades crónicas o que toman medicación, son más sensibles a los efectos del calor. La regulación térmica del cuerpo pierde eficacia con la edad: se suda menos, la sensación de sed disminuye y el riesgo de deshidratación o golpe de calor aumenta, incluso sin una exposición directa al sol.
Pero hay algo que va más allá de lo biológico: la soledad. El verano es también una estación de silencios más largos, de barrios que se vacían, de familiares que se van de vacaciones. Y en ese contexto, la vulnerabilidad no se expresa solo con síntomas médicos, sino con falta de compañía, rutinas rotas o un ánimo más bajo.
Cuidar no es solo hacer, es estar
Es fácil caer en el automatismo de las recomendaciones: que beban agua, que no salgan en las horas centrales, que usen ropa ligera. Todo eso es necesario, claro. Pero si no se acompaña desde la cercanía, muchas de esas recomendaciones no llegan a aplicarse. Porque no se trata solo de prevenir, sino de comprender. Y para eso hace falta presencia.
Estar presente en verano implica mirar de otra forma. Escuchar sin juzgar. Respetar que alguien no tenga ganas de comer, y buscar alternativas sin infantilizar. Saber que una negativa puede esconder cansancio, calor o simplemente falta de estímulo. Cuidar bien en verano es más que controlar síntomas: es ofrecer seguridad sin quitar libertad.
Hidratación: algo más que un hábito
Uno de los principales retos del verano es garantizar que la persona mayor se mantenga bien hidratada. Pero si lo planteamos como una obligación, muchas veces obtenemos rechazo. En cambio, cuando lo transformamos en un momento compartido —una conversación mientras se bebe una limonada, una merienda fresca, una fruta cortada con cariño—, la hidratación deja de ser una norma para convertirse en un gesto de afecto.
No siempre hay que insistir. A veces basta con facilitar. Colocar el vaso de agua al alcance, proponer una bebida atractiva, ofrecer en lugar de imponer. El cuidado se vuelve más eficaz cuando se convierte en acto compartido.
El verano también requiere flexibilidad
Muchas rutinas que funcionan durante el resto del año pueden perder sentido con el calor. El paseo de la tarde, la sopa caliente al mediodía, el rato de televisión al sol. Cuidar en verano es saber ajustar sin perder lo importante: que la persona mayor siga sintiendo que su día tiene sentido, que participa, que decide.
Quizás ese paseo se transforme en una vuelta más corta por la mañana. O esa comida, en una ensalada preparada entre dos. Lo relevante no es mantener el formato, sino el valor: el valor de la autonomía, del acompañamiento y del bienestar.
El poder de la compañía
El calor desgasta, pero no hay nada que desgaste más que la sensación de estar solo. Por eso, en verano, más que nunca, hay que reforzar los vínculos. Una llamada diaria, una visita breve, una conversación sin prisa pueden cambiar el día de una persona mayor.
También es momento de crear redes: hablar con vecinos, familiares o cuidadores. Compartir información, coordinarse, estar atentos. El cuidado no debe recaer en una sola persona. Debe ser una responsabilidad compartida, una red de apoyo donde nadie se sienta solo ni desbordado.
Estar atentos a lo que no se dice
A veces, el golpe de calor no viene con fiebre, sino con apatía. No hay síntomas evidentes, pero algo cambia. Se duerme más, se habla menos, se deja de comer. Estar atentos es parte del cuidado. Y preguntar con cariño —“¿cómo estás hoy?”, “¿quieres que te acompañe?”, “¿te apetece salir al fresco?”— puede ser más eficaz que cualquier termómetro.
También es importante aceptar que hay días más difíciles. No todos los días serán perfectos. Lo importante es mantener la intención, adaptarse y volver a empezar.
Conclusión: cuidar también es adaptarse
El verano, con su luz y su calor, nos invita a mirar de otro modo. A ralentizar, a observar, a acompañar sin prisa. Cuidar a una persona mayor en verano es entender que no hay una fórmula única, sino una presencia constante, flexible y empática.
Desde Uniges-3 cuidamos desde ese lugar: adaptando cada rutina, cada gesto, cada acompañamiento al tiempo, a la persona y a lo que necesita. Porque el buen cuidado no descansa en verano. Se transforma para seguir siendo útil, digno y humano.